martes, 29 de marzo de 2011

Los diferentes

(Por Nicanor Olivetto) - El 22 de mayo de 1976, Oscar Ringo Bonavena, uno de los boxeadores más carismáticos que supo conocer el público argentino y mundial, murió en circunstancias confusas. Luego de que su cuerpo yaciera muerto y con una bala de escopeta en el pecho, se tejieron demasiadas hipótesis sobre la causa de su deceso. Se habló de un supuesto romance con la esposa de Joe Conforte -un mafioso de Nevada que era su promotor en aquel entonces- y por ende una venganza de este; también circuló la versión de que su asesino, Ross Brymer, custodio de Conforte, le tenía un odio particular por el trato que el argentino le daba día a día y aquella fatídica noche aprovechó el momento para descargar su ira. Pero hay algo que sí está claro: Ringo falleció lejos del ring y sumido en el escándalo.

Con matices diferentes pero con un desenlace similar, el gran campeón Carlos Monzón perdió la vida en un accidente automovilístico, en 1995, en las rutas argentinas, cuando regresaba a la cárcel (estaba condenado por el asesinato de su mujer, Alicia Muñiz) luego de una salida que gozaba por su libertad condicional.

¿Qué decir de Gustavo Ballas?, aquel elegante campeón mendocino que, previo a rehacer su vida como entrenador y educador, intentó asaltar un kiosco con un tenedor. En el plano internacional, un Mike Tyson tantas veces detenido, otras tantas en bancarrota, todavía lucha por encontrar su estabilidad cotidiana.

El caso de Uby Sacco es capaz de destruir cualquier tipo de teoría. Contó con todo lo que un boxeador no suele tener desde la cuna: dos padres que lo apoyaron, una condición económica normal y la educación necesaria para poder triunfar en la vida. Sólo lo logró en el boxeo: sus días terminaron en un centro público, en la pobreza. Reclamaba un trabajo de, al menos, seiscientos pesos de remuneración para poder educar a su hijo. Su estadía en la Tierra se vio signada por noches turbias de sexo y drogas.

Existe un hecho coincidente en todos los casos mencionados: los boxeadores suelen morir o terminar sus carreras en la miseria y en situaciones muy disímiles a sus tiempos de gloria. El porqué ello no es muy específico. Algunos sostienen que el boxeo es hijo directo de la pobreza y la poca preparación que suele azotar a la periferia acaba noqueando, a largo plazo, a sus deportistas de allí surgidos (el caso Sacco atenta contra esto). Otras voces, en cambio, aseguran que el mundo de esta actividad es demasiado oscuro cuando se llega a los planos principales, y una vez allí, los peleadores se topan con oportunistas que los explotan hasta vaciar sus bolsillos. A su vez, ese mundo de tantas facilidades suele confundir las prioridades de los deportistas.
Es cierto que muchos campeones históricos han terminado de aquella forma, la peor. Pero también es real que el imaginario popular tiene tendencia a sentenciar que todos ellos finalizan así. Quizá sí haya una inclinación a que el final trillado destruya las vidas de los que suben al cuadrilátero. De todas formas, hubo un grupo de diferentes. Aquellos que administraron bien sus ingresos, no se vieron envueltos en ningún conflicto y terminaron sus días o trayectorias de manera tranquila y apartados del escándalo. Ellos sí pudieron administrar los frutos de sus carreras deportivas. En la lista figuran varios. Entre ellos, Carlos Firpo y Oscar de la Hoya. En la segunda parte de la nota, se podrán leer sendos casos.

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