martes, 24 de mayo de 2011

Perfil de Julio Ernesto Vila

(Por Nicanor Olivetto) - Se extraña el comentario de Julio Ernesto Vila durante las noches de boxeo por la pantalla grande. No sólo se nota la ausencia de sus aportes estadísticos procedentes de un cerebro superior a una máquina, sino que también falta su análisis directo, crudo y preciso. Hoy, a los setenta y tres años, está alejado de los medios y no se traiciona: “Nunca pensé que el boxeo terminaría tan degradado en mi vida, mi luto seguirá hasta el final, esto no tiene vuelta”. Así, resignado, vive un periodista de boxeo, uno de los mejores de la historia, que dejó una huella imborrable y una trayectoria genial.

Vila nació el 18 de junio de 1938 en Villa Dolores (Córdoba). Hijo de un farmacéutico y una directora de escuela, el destino pareció indicarle desde el inicio que su vida estaría ligada al periodismo. Como si fuera un cuento, su padre lo inscribió, por puro instinto, en el Círculo de periodistas deportivos cuando Julio sólo tenía tres años. “El destino es así –dijo alguna vez-. Soy absolutamente fatalista, al lado mío Discépolo era optimista”.

Julio Ernesto era un niñito de seis años cuando su madre falleció. En 1945, entonces, él y su padre se trasladaron a Buenos Aires. El 24 de mayo, según recuerda el propio protagonista, observó su primera pelea, en el Luna Park. “Ese día Senatore noqueó a su rival en el décimo round, recuerdo hasta el color de su pantalón”. En ese entonces Vila no lo sabía, pero el boxeo y el periodismo formarían un cóctel perfecto que le significaría su medio de vida.

Pedante y honesto, el hombre que comenzó a vincularse al boxeo como aficionado pronto hizo realidad el presagio de su padre y empezó a escribir en la revista Nocaut Mundial y a aparecer en diferentes radios porteñas, siempre en la especialidad. Ya por esos días se mostraba como un periodista osado que se erigía como una eminencia en estadísticas. “Tengo una memoria prodigiosa. Por algo en la Federación de box, cada vez que alguien va a buscar algún récord, le dan mi teléfono. Soy la última palabra, si no lo tengo yo no existe”.

Su carrera fue avanzando y los poderosos comenzaron a verlo como una amenaza. Una típica reacción ante la presencia de un periodista que salte la página. Es así como el legendario Tito Lectoure, dueño y promotor del Luna Park, comenzó su propia guerra contra Vila. “Él no me tragaba, yo trabajé veintidós años en el Luna pero haciendo periodismo para la gente. Él dictador (así llama a Lectoure) pretendía que yo me pusiera en la fila de los alcahuetes que le chupaban las bolas desde el ‘32”.

La bola había crecido y el enfrentamiento también. Vila opinó que el mítico estadio era un monopolio y Lectoure lo declaró persona no grata en 1978, algo que, para un periodista de boxeo, era similar a no poder volver a trabajar. “Roberto González Rivero y José Sulaimán, el presidente de la Federación de Boxeo, fueron mis ángeles protectores. Por ellos no me morí de hambre. Los demás colegas me dieron la espalda. Me dejaron solo”.

Con el correr del tiempo, Vila fue admirado por ese público al que según él se debía. Su voz y su cara (también su pluma) aparecieron en diversos medios hasta que se hizo comentarista de cada velada que televisaba TyC Sports los fines de semana. “Soy el periodista de boxeo más creíble de norte a sur y de este a oeste. Mi nombre es sinónimo de decencia. Soy el que más sabe del tema en dos siglos en la Argentina, y seguramente en Latinoamérica”.

Un día, después de observar la degradación que enfrentó el boxeo a medida que pasaron los años, Julio Ernesto decidió abandonar los medios. Su casa había sido visitada por Bonavena, Acavallo y Gatica, entre otros. Se había deleitado con Nicolino Locche y Justo Suárez, “El Torito de Mataderos”. Nostálgico, decidió que ya no quería soportar un espectáculo tan malo. “Me fui del boxeo porque ya no toleraba más la basura que transmitíamos”, dijo, y pegó el portazo. Frases como "el Boxeo dejó de ser pasión porque no hay figuras", "A Nivel Nacional el Boxeo ya no existe y a Nivel Mundial, no creo que dure más de un cuarto de Siglo" y "Narvaez con Acavallo no puede ni comenzar, lo partía al medio", no llaman la atención. Después de todo, vienen de Julio Ernesto Vila.

martes, 17 de mayo de 2011

Maravillan sus números

(Por Nicanor Olivetto) - No parece tener la repercusión que merece Sergio Maravilla Martínez. Al menos en el mundo externo al palo estrictamente boxístico. Figura reconocida en los Estados Unidos, hoy se erige como uno de los mejores púgiles de los medianos. Es cierto que estuvo en el momento y lugar indicados y por ello los promotores más importantes pusieron el ojo en él, pero también es verdad las bolsas que cobra son la envidia de más de uno. ¿Quién se encarga de manejar su carrera? ¿Qué representantes lo rodean? ¿Cuánto cobra por pelea?

Cuando Maravilla saltó de pronto a la elite del deporte, la productora Golden Boy, a cargo de Oscar de la Hoya, captó la promoción de su carrera y lo ubicó en una pelea central, en abril de 2007, en el Casino del Grand Plaza Hotel, en Houston. A partir de allí comenzó un ascenso vertiginoso que no acabaría hasta estos días.

Para tomar medida de las diferencias que separan a la bolsa de Martínez de las de los otros campeones argentinos, hace falta decir que el boxeador nacido en Avellaneda cobró, en marzo, US$700.000 más los 50.000 en los que se valúa el cinturón de diamantes del CMB al noquear al ucraniano Sergiy Dzinziruk. El prestigio alcanzado le deparará, casi seguro, una pelea por el titulo welter ante Manny Pacquiao o Floyd Mayweather. La bolsa, en caso de llevarse la victoria, sería millonaria. El dinero que se lleva Omar Narváez, campeón supermosca y récord de defensas, orilla en los US$300.000.

Quien se encarga de manejar los destinos económicos de Martínez en la actualidad se llama Lou Dibella. Nacido en Brooklyn, es dueño y fundador de Dibella Entretainment, una cadena que a la vez se dedica a las producciones televisivas y cinematográficas. La empresa también tuvo bajo su poder a diversas franquicias de equipos de baseball y montó un emprendimiento que se encarga de descubrir talentos emergentes en el deporte. Dibella, multifacético, también tuvo una participación en la película Rocky VI. Allí representaba su rol de la vida real: promotor de boxeadores. Es así como, con su viveza y contactos con los canales que televisan las peleas (produjo series de boxeo que fueron furor en HBO), tomó a Maravilla, quien bajo su ala, entre otros hitos importantes, fue tapa de la famosa revista Ring. El argentino es la principal atracción del grupo.

Todo indica, por ahora, que Martínez va camino a ser el mejor boxeador del mundo libra por libra. Su bolsa, a su vez, quizá rompa en el ambiente con una cifra exuberante –en relación a la de los otros campeones argentinos- al momento de pelear nuevamente por el título mundial. En tanto, lejos de las costumbres de nuestro país, y desde California, Maravilla deslumbra a nivel internacional. Aquí, tal vez se lo recuerde como un campeón más.

martes, 19 de abril de 2011

Los diferentes (parte 2)


(Por Nicanor Olivetto) - Los diferentes, con respecto a la primera parte de esta nota, también existieron; aunque su actividad post boxeo no rindiera a la hora de vender una noticia. Ellos, con sus historias, también brillaron y fueron grandes campeones en su carrera deportiva. Por supuesto que sus vidas no tuvieron que finalizar en medio del escándalo para eternizarse.

Luis Ángel Firpo, El Toro de Las Pampas, fue probablemente la primera leyenda argentina en el deporte de los guantes. El día en que llegó a Estados Unidos, en 1923, para retar a Jack Dempsey, uno de los noqueadores más notables de la historia, pocos se arriesgaban a que pudiera hacer algo productivo. En el primer asalto, Firpo sacó del ring a Dempsey. Lo que sigue es historia conocida: el norteamericano se coronó ganador por nocaut luego de un fallo polémico. Pero Firpo ya se había ganado su lugar en la historia. Luego de aquello, el Toro se retiró de la actividad a los 41 años. Su vida posterior, la menos popular, mostró a un hombre que supo administrar su dinero.

En la ganadería, cosechó tanto éxito como en su trayectoria deportiva. Se hizo dueño de un criadero de aves. Fue propietario de numerosas estancias y falleció, en 1960, con una fortuna en su cuenta bancaria. En el cementerio de la recoleta, su bóveda, completamente de mármol y con una estatua en su homenaje, es una muestra de lo que fue su rol empresarial.

Nicolino Locche, el intocable, ese que desfiguró al japonés Paul Fuji para consagrarse campeón Welter Junior en 1968, logró convertirse en un ejemplo para todos los deportistas. En su ciudad natal, Las Heras (Mendoza), fue declarado ciudadano ilustre en 2004, previo a su muerte, al año siguiente. Nicolino vivió tranquilo y en familia, no necesitó nada más. Además, consiguió algo que cualquier nariz chata anhela: ingresar en el Salón de la Fama del Boxeo.

Horacio Acavallo, campeón Mosca en 1966, montó, ya retirado, su propia empresa de artículos deportivos. Como empresario, todavía sigue vigente y lúcido a los setenta y siete años. Sus tiendas representan a Adidas entre tantas cadenas grandes de renombre. En la Zona Sur y algunas partes de capital, el Nombre de Acavallo en cada tienda es una marca registrada. Y pensar que trabajaba como cartonero antes de iniciarse en el deporte...

Ellos, cada uno a su manera, mostraron que, aunque la tendencia a la finalización desastrosa exista, los boxeadores no siempre acaban de esa forma. A veces, el argumento de que los que practican esta actividad nacen en lugares que no ofrecen mucha preparación, parece justificar el mal final. El ejemplo de Ubi Sacco, en la parte anterior de la nota, se encarga de dilapidar la teoría. En contrapunto, el caso de Acavallo (aquí explícito) hace lo propio. La realidad es que la fama trae consigo a los que exprimen al deportista y lo utilizan para beneficiarse ellos mismos sin importar cómo acabe el verdadero protagonista. Algunos tienen la personalidad suficiente para decir que no a algunas cosas; otros no.

martes, 29 de marzo de 2011

Los diferentes

(Por Nicanor Olivetto) - El 22 de mayo de 1976, Oscar Ringo Bonavena, uno de los boxeadores más carismáticos que supo conocer el público argentino y mundial, murió en circunstancias confusas. Luego de que su cuerpo yaciera muerto y con una bala de escopeta en el pecho, se tejieron demasiadas hipótesis sobre la causa de su deceso. Se habló de un supuesto romance con la esposa de Joe Conforte -un mafioso de Nevada que era su promotor en aquel entonces- y por ende una venganza de este; también circuló la versión de que su asesino, Ross Brymer, custodio de Conforte, le tenía un odio particular por el trato que el argentino le daba día a día y aquella fatídica noche aprovechó el momento para descargar su ira. Pero hay algo que sí está claro: Ringo falleció lejos del ring y sumido en el escándalo.

Con matices diferentes pero con un desenlace similar, el gran campeón Carlos Monzón perdió la vida en un accidente automovilístico, en 1995, en las rutas argentinas, cuando regresaba a la cárcel (estaba condenado por el asesinato de su mujer, Alicia Muñiz) luego de una salida que gozaba por su libertad condicional.

¿Qué decir de Gustavo Ballas?, aquel elegante campeón mendocino que, previo a rehacer su vida como entrenador y educador, intentó asaltar un kiosco con un tenedor. En el plano internacional, un Mike Tyson tantas veces detenido, otras tantas en bancarrota, todavía lucha por encontrar su estabilidad cotidiana.

El caso de Uby Sacco es capaz de destruir cualquier tipo de teoría. Contó con todo lo que un boxeador no suele tener desde la cuna: dos padres que lo apoyaron, una condición económica normal y la educación necesaria para poder triunfar en la vida. Sólo lo logró en el boxeo: sus días terminaron en un centro público, en la pobreza. Reclamaba un trabajo de, al menos, seiscientos pesos de remuneración para poder educar a su hijo. Su estadía en la Tierra se vio signada por noches turbias de sexo y drogas.

Existe un hecho coincidente en todos los casos mencionados: los boxeadores suelen morir o terminar sus carreras en la miseria y en situaciones muy disímiles a sus tiempos de gloria. El porqué ello no es muy específico. Algunos sostienen que el boxeo es hijo directo de la pobreza y la poca preparación que suele azotar a la periferia acaba noqueando, a largo plazo, a sus deportistas de allí surgidos (el caso Sacco atenta contra esto). Otras voces, en cambio, aseguran que el mundo de esta actividad es demasiado oscuro cuando se llega a los planos principales, y una vez allí, los peleadores se topan con oportunistas que los explotan hasta vaciar sus bolsillos. A su vez, ese mundo de tantas facilidades suele confundir las prioridades de los deportistas.
Es cierto que muchos campeones históricos han terminado de aquella forma, la peor. Pero también es real que el imaginario popular tiene tendencia a sentenciar que todos ellos finalizan así. Quizá sí haya una inclinación a que el final trillado destruya las vidas de los que suben al cuadrilátero. De todas formas, hubo un grupo de diferentes. Aquellos que administraron bien sus ingresos, no se vieron envueltos en ningún conflicto y terminaron sus días o trayectorias de manera tranquila y apartados del escándalo. Ellos sí pudieron administrar los frutos de sus carreras deportivas. En la lista figuran varios. Entre ellos, Carlos Firpo y Oscar de la Hoya. En la segunda parte de la nota, se podrán leer sendos casos.